miércoles, diciembre 20, 2006

El pasado se ha ido

Llevo demasiado tiempo tratando de ser explícito. Sintético, concreto, ágil y moderno. Tratando de estar a tono con la sociedad contemporánea. El pasado comienza a aburrirse en mi presencia pues yo lo ignoro por sistema. A punto de marcharse, lo detengo, lo llamo: «¡no te vayas! No quiero ser un hombre sin pasado».

¿Qué qué me contesta, el pasado? Me dice que me vaya «a tomar po'l culo». Así que obedezco; guardo silencio y lo dejo partir. Una cosa más que dejo en el camino, sin quererlo, como el niño que en un descuido deja caer su caramelo por la borda del barco, o que suelta su globo, y llora: un poco por el incomprensible desconsuelo, otro poco porque sospecha que esa es la moneda de sobornar a sus padres y conseguir otro globo.

Pero el pasado traiciona su causa de crueldad. Me abandonó, pero se me sigue insinuando: en el sorbo de café, en la melodía que me obliga a mover el cuerpo, a punta de compases. Soy un tío sin historia, que se pasa las horas mirando por la ventana, tratando de ser adoptado por las historias de los otros. Pero los otros también han cortado (quizá sin siquiera saberlo) sus amarras con el continente de las causas y de los efectos.

Un anciano camina por la calle, en la acera de enfrente. Me gusta pensar que es un sobreviviente. De la guerra, por supuesto. O no: de la monotonía. Quizá de sí mismo. Lleva una tradicional boina, un tradicional chaleco y un tradicional gesto centenario, instalado sin pedir permiso sobre el arrugado rostro. Pero mi visión es la de un romántico: en realidad el tío ni es sobreviviente, ni tiene una interesante historia, ni porta la boina, ni el chaleco, ni el rostro. Simplemente es un anciano que salió a comprar pan y no lo sabe.

León, España. Diecisiete de diciembre de dos mil seis.

No hay comentarios: