lunes, diciembre 11, 2006

De las causas

Hoy, al regresar a casa, luego de trabajar, caminaba sobre un puente peatonal que atraviesa el río Torío. Yendo, como iba, solo, aproveché para detenerme un momento, a disfrutar del río. Limpio, abundante. Un pato por aquí, otro por allá.

En ese momento las causas comenzaron a delatarse. Las causas de mi esfuerzo por migrar, quiero decir. Pensé en mis pequeños. Pensé que quiero que crezcan en un lugar en el que la palabra «río» suene a «agua», la palabra «agua» a «pureza», y que la «pureza» no tenga que venir en envases de plástico.

¿Cuáles son los ríos que yo conozco, con los que yo crecí? El Río Churubusco. El Río Magdalena. El Río Mixcoac. Ríos todos ellos que sólo conducen agua cuando llueve, ríos cuyo cauce es de asfalto, y cuyos rápidos son los autos (si tienen mucha suerte). El Río de los Remedios, que creo que sí tiene algo de agua todavía, pero en un estado más lamentable que los ríos virtuales, históricos y totalmente falsos.

Más de los ríos de mi infancia: el Río Ebro, el Río Guadalquivir, el Río Balsas, el Río Rin. Todos ellos me parece, en la colonia Cuauhtémoc. Pero no para la infancia de mis hijos. Quiero que mis hijos crezcan en un lugar en el que los ríos están hechos de agua, se pueden tocar y quizá, si el clima lo permite, hasta se pueden usar para nadar.

Esto no explica completa y exactamente por qué nos estamos yendo del país, pero sí que explica por qué estamos huyendo de la «ciudad de la esperanza».

Esperanza inútil, flor de desconsuelo: ¿por qué me persigues en mi soledad?

Hay cosas que pueden fallar y fallan. Y punto. Y hay otras que de fallar se convierten en fracasos. Rotundos, estruendosos, tremendos. Finalmente hay cosas que no pueden fallar.

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