domingo, enero 21, 2007

Experimentos narrativos

Pues bien: mi primer intento de escribir algo que exceda las dos páginas. Todavía no tiene argumento a largo plazo, ni personajes. Es un experimento de estilo y un ejercicio de expresión. Bienvenidas serán las críticas.

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Faltaban menos de cien metros para que X llegara a su trabajo cuando escuchó que alguien gritaba a su derecha. Como caminaba solo, y como nadie le rodeaba, supuso que los gritos eran para él.

—Jefe... ¡mi jefe!

Podría decirse que la escena era divertida: al lado de la calle principal un arco de herrería, pintado de blanco, marcaba el inicio de una vereda. Sobre el arco, con letras hechas de varillas dobladas y también pintadas de blanco, las letras: «Sanat rio Santa Isab l». Entre los postes del arco, una cadena (ésta sin pintar) cuya catenaria casi rozaba el suelo. La vereda, no mayor de doscientos metros de largo, conducía a través de un diminuto bosquecillo de castaños al pórtico de un edificio de tres plantas, de fachada gris y tejado rojizo a dos aguas. De no ser por ese techo y las escasas ventanas, el edificio bien podría ser una caja de zapatos gigantesca. A unos cuantos pasos del arco, hacia la calle, estaba X de pié: escuchando atento, sorprendido y con la máquina mental a todo vapor. A otros tantos, hacia el sanatorio, estaba un castaño, muy quieto, lanzándole gritos:

—¡Jefe, jefe!

Estaba claro: uno de los árboles que bordeaban la vereda se esforzaba por llamar su atención. Una actitud notable, sin duda, para tratarse de un árbol. Era eso, o era que X estaba ganándose su pase de entrada a la casa de la risa.

—Jefe, jefe, ¡jefecito!

Dos cosas ocurrieron entonces. Por una parte, X decidió que su mente estaba en perfecto estado, que alguien estaba gastándole una broma, y pesada. Por la otra, casi de inmediato, asomó la cabeza el loco, que se escondía justo detrás del árbol. El alivio y la preocupación se dieron cita al instante en la mente de X. El alivio pudo disfrutar muy poco tiempo de su victoria, pues la preocupación se volvió preponderante cuando el loco salió de su escondite y comenzó a correr hacia él, por la vereda, agitando los brazos y corriendo con un movimiento grotesco de todo el cuerpo. Era como ver a Quasimodo huir de las abejas. Y seguía gritando, ahora a voz en cuello:

—Mi jefe, jefecito: no te vayas. Jefe, espérame tantito.

Y X esperó, aunque no sabía si por decencia, por fascinación morbosa o por mera curiosidad.

—Regálame un eurito, jefe. Es para ir a la ciudad y comprarme una cocacola con el eurito que me des, porque tengo muchas ganas de una cocacola y cuestan como un eurito y si tú... mejor dame dos euritos no te cuesta nada.— Su voz era pastosa, lenta, muy acompasada. Era la voz de alguien que no está enteramente entre nosotros, digámoslo así.

—Joder, macho: qué susto me has dado.

—Dame un eurito, sólo dame un eurito.

—No tengo... eh... no traje cambio.

Así es como X conoció al loco. A esta altura le daba lo mismo la causa, ya se arrepentía de haber esperado.

El loco se quedó quieto, como pensativo. Se quedó como saboreando su decepción, pues al cabo de cinco segundos volvió a la cargada:

—Eres un pijo hijoeputa ya me lo había dicho me madre que... algo de los extraños. Regálame un eurito es para mi cocacola.— Y posó una mano fuerte pero temerosa, de uñas largas y sucias, en el antebrazo derecho de X, que llevaba cada mano apretujando el antebrazo opuesto.

—Que no, que no: no tengo dinero para darte.

—¡Qué me des un puto eurito joder, que no es... dame un eurito porque si no...!

—Te puedo dar medio euro. ¿Lo quieres?

[Un anuncio de nuestros patrocinadores: amiguito(a), ¿ya probaste el whisky «The Famous Grouse» combinado con gaseosa «La Casera»? Si no, te recomiendo que lo hagas, o que busques una combinación equivalente. Todo con exceso, nada con medida. Aliméntate si puedes.]

Pasaron algunos segundos antes de que el loco contestara.

—Sí.

—Pero antes suéltame.

—No porque te vas a ir corriendo.

—No me voy, te prometo que no me voy.

Entonces el loco miró a X a los ojos, y X devolvió la mirada. Pasaron segundos que a X le parecieron eternos, en los que mil cosas le vinieron a la mente. Los ojos del loco eran cavernas. Sus pupilas eran muy dilatadas e inmóviles. Apenas en ese momento X se percató del profundo paisaje del rostro de su interlocutor. Largas y profundas arrugas surcaban su frente y los lados de su boca. Sus cejas no hablaban de ira o desesperación, sino de un inmenso cansancio. La barba parecía de dos o tres días, sin duda hirsuta. Su boca jadeaba, dejando ver a través del hueco que alguna vez ocuparan dos incisivos frontales superiores una lengua inquieta, lo único que se movía en ese rostro raro. Era la mirada de una estatua milenaria. Como tal, poseía ambiguamente la frialdad de la roca y la sabiduría histórica de los pueblos. Los dientes que quedaban estaban manchados, víctimas del sarro.

—Bueno.

El loco soltó a X y éste, fiel a su promesa, llevó la mano al bolsillo, sacó la cartera, la abrió y buscó una moneda de €0,50. La sacó y se la tendió al loco. Éste no hizo nada por tomarla. Esta vez su mirada estaba fija, como hipnotizada, en la cartera. Dijo entonces:

—Mejor dame un eurito. Ya vi que tienes mucho dinero y un eurito no... dame un eurito. ¡Venga, joder, dame un eurito!

—Mira, macho: tienes tres segundos para tomar esta moneda, porque dentro de tres segundos me marcho, con moneda o sin moneda. Uno... dos...

Entonces el loco extendió la mano izquierda hacia la moneda y la tomó con dos dedos, con gran delicadeza, como si estuviera tomando por las alas a una mariposa. La levantó y la puso junto al sol, como si quisiera compañía para éste.

—¡Oye, yo conozco a este tío! Tengo como cinco de estos en una cajita. Y tengo...

—Ese no es «un tío». Es Miguel de Cervantes. Escribió sobre un loco que se creía caballero y se escapó a hacer locuras por el mundo. Ese libro...

—Y también tengo una que tiene uno como círculo con signos, como que un reloj, y otra...

—Debe ser de Portugal. Yo tampoco sé de dónde tomaron el símbolo pero creo...

—...con una como arpa, de las que dicen que tienen los angelitos.

—Sí, esa es de Irlanda. Bueno, ya me voy. Adiós, ¿eh? Hasta ahora.

—No, jefe: pérate tantito. Pérate aquí y te traigo mi cajita de monedas para que me digas más cosas. Pérate tantito.

—No, tronco: tengo que ir a currar, me están esperando.

—Pero es que no me tardo, ni nadita.

Y el loco salió corriendo por la vereda sin esperar más respuesta. Se alejó con sorprendente rapidez dado su andar grotesco, y sin voltear una sola vez se metió por la puerta principal del manicomio.

X se sentía incómodo en extremo. Un debate interno entre la humanidad para esperar y la responsabilidad para marchar. Optó por lo segundo y partió a paso apresurado.

[Y ahora, un mensaje de nuestros patrocinadores: ¿vacío de emociones? ¿Urgido de una potente inyección de emotividad? ¡Pruebe la nueva canción de «Led Zeppelin»: «Babe I'm gonna leave you»! Ahora, con 20% más de contagioso sentimiento. Si con unos alcoholes encima no le saca una lágrima, le devolvemos su dinero.]

Durante toda la mañana X no dejó de pensar en su encuentro con el loco. ¿Qué demonios estaba haciendo un loco afuera del manicomio? ¿Es que ahora podían salir y entrar a placer? ¿Acaso había escapado, sólo para ser recapturado por culpa suya, por haber querido enseñarle sus monedas? De no ser así, ¿qué clase de monstruo podría desentenderse de un loco tan franco huyendo cobardemente? ¿Qué hubiera perdido esperando? ¿Cuán grave hubiera sido esperar, hacer una locura, contagiarse de locura, humanizarse un poco?

América duerme

Mis hermanos americanos (conjunto que no incluye a los gringos, aunque también son americanos) duermen ahora. Plácidamente se dejan transportar por Gaia. Dulce, maternal, ésta gira para llevarlos de nuevo a la presencia del Sol. Morfeo comienza descuidarlos, a dejarlos despertar. Debe proseguir su perpetua marcha hacia el occidente.

Algunos de mis hermanos americanos comienzan a revolverse inquietos, tratando de despertar. Los que lo han logrado han dejado algo en la cama. Quizá un sueño inconcluso, quizá la mitad de sus consciencias, quizá la lucidez. O simplemente un hueco en la almohada, algunos cabellos. Justo ahora mis hermanos americanos caminan tambaleantes hacia el baño. Unos cuantos renegados se negaron a dormir. Trabajan, o leen. O se divierten, hasta el amanecer. Esos hermanos americanos, los conmigo síncronos, son los poros en la piedra del muro del tiempo.

Mis hermanos americanos no lo saben, pero aquí hay uno que hace vigilia cuando ellos duermen. Que pensando en ellos escribe desde el futuro.

jueves, enero 11, 2007

Bebiendo del mismo vaso

Son muchas las razones por las que la gente comparte la copa, o el vaso. Quizá por tradición (como la de la sidra en Asturias), quizá porque no hay suficientes recipientes; y la reacción de la gente cuando tiene que beber del mismo vaso que otros es igualmente diversa.

Para mí, beber del mismo vaso denota confianza. El vaso es un símbolo, alrededor del cual -por medio del gesto- se manifiestan inquietudes o vínculos. A veces puede parecer resultado de mi indolencia el ofrecer a alguien mi propio vaso, pero es en realidad un medio de expresión social. Especialmente a mi propia familia le doy de lo que tengo, y como y bebo de lo que tiene. A veces la expresión del amor se paga con higiene.

Hoy Mabel cogió el vaso simbólico del que yo he estado bebiendo durante los últimos meses y bebió de él sin hacer ningún gesto. Ahora sé que lo vaciaremos juntos, y cuando lo hayamos hecho lo escanciaremos de nuevo, con otro licor.

Me gusta compartir mi vaso con Mabel.

lunes, enero 01, 2007

Año nuevo en León

Ha salido el Sol, y es como si no lo hubiera hecho. La luz lechosa, difusa, blanda, no hace sino acentuar los duros ángulos de los edificios. La calle es gris, la ciudad es gris. El mundo es gris también, el cosmos entero tiene que serlo. Y gris soy yo también hoy, embebido en ésta, la primera mañana del año más gris. Me parece que el pavimento mismo es hoy más gris y más duro que de costumbre.

Ha salido el Sol, sólo para insinuar los contrastes. Salió por compromiso, para que la Luna no se creyera dueña de la mañana. Pero a esto, más que un amanecer, he de llamarlo un sabotaje a la noche.

Los recuerdos se agolpan, los recientes y los lejanos. Revolotean sobre mi cabeza sin permiso. Me roban la calma, me hieren y se alejan volando ágiles. Esta ciudad sin sentido podría ser mi ciudad natal: así de vacía se encuentra hoy. Y así, igualmente, mi interior: no oscuro y angustioso, sino blanco, vacío de sentido, terriblemente inútil.

Este Sol blando y lento ilumina al mundo sólo por compromiso. Juega con el tiempo y con las proporciones. Roba de las cosas el nombre y la historia al paso. Y de las personas, también de las personas. He llegado finalmente a casa, aunque incompleto: he llegado anónimo y sin ánimo. O mejor dicho: ha llegado mi cadáver para asearse la boca, desnudarse, dormir. Ha venido mi cadáver con la esperanza de revivir.

Existen sin duda cosas más tristes que la muerte. Oh, mente humana: eres miope y torpe, pues no distingues más estados que vida y muerte. No distingues más colores que los que se ven, y no distingues más nombres que los que se dicen. No distingues más afectos que los del amor y no distingues más deseos que los que te atañen. No tienes más lenguaje que tu lengua, siempre fonética, siempre silábica y gramatical. Tu triste estado es más triste que la muerte. Y más triste todavía es que seas yo mismo, y que yo no sea nada más.

Bienvenido, año nuevo.

León, España. Uno de enero de dos mil siete.