lunes, diciembre 11, 2006

Primeros plagios

Vamos a ver, vamos a ver... veamos: como mi máquina de hacer palabras tiene pánico a la hoja en blanco, creo que mejor voy a plagiarme a un tal Bruno, que en febrero 14 de 1997 escribía lo siguiente:
En algún momento del año 1995 (creo) perdí la voluntad de escribir. Si quisiera nombrar traición al hecho, bien podría ser yo el traidor, o las palabras. Mejor dicho: las ideas. El caso es que perdí el asombro, la necesidad de expresarlo y la capacidad misma de hacerlo, todo a la vez. Y sin darme cuenta de ello, que es lo peor.

Ahora estoy aquí realmente solo, realmente triste, porque extrañamente la ausencia de motivos entraña su propia destrucción, de la que sólo soy partícipe secundaria, involuntariamente.

Surge primeramente la necesidad, tímida y lenta, madre del asombro; padre a su vez de un humilde pero ineluctable poder, el de acomodar tinta sobre papel de manera que parezca que siempre ha estado ahi. Que me lo parezca, cuando menos.

Retorno involuntario, inconsciente, malherido, a la región más mía: la que muestra alternadamente los paisajes diversos de todas las palabras. A veces majestuoso, potente, vivo. Otras veces desierto, estéril. Pero siempre permeado por la acuciante necesidad de emerger. Necesidad inefable, desesperante. Enloquecedora. Fiel e independiente. Terriblemente serenea. Revitalizante a la vez que condena. Necesaria necesidad necesitando ser necesitada. Dolor bendito. Estoy preñado nuevamente.

Hasta ahí la auto-misiva del '97. Por lo visto llevo ya más de diez años de autocompasión de primerísima calidad. Diez de mantenerme silencioso sin una buena razón. No por carecer de cosas qué decir, sino por negarme los medios de hacerlo. No por que escribir sea algo que de alguna manera me pague, sino porque el no escribir lo pago yo mismo, con un diezmo espiritual.

Estoy aprovechando que Mabelita me ha enviado esta carta entre muchas otras que me son caras al corazón, para lanzar vínculos con el pasado, reconciliándome con él. Aprendiendo estoy a identificar al enemigo, a ponerlo como blanco real, a trabajar en su contra sin matar inocentes en el proceso.

Estoy aprovechando la circunstancia para combatir mi combate previo, el que me acalló, privándome de mi voz. Quiero expresarme aunque no haya nada qué decir, porque la voz es el mensaje, y el mensaje conlleva su propia significación. Soy el mensajero, nada más.

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